jueves, 16 de abril de 2015

Taponar el ser aprendiendo a estar

El asco de ser no empezó hoy. No empezó ayer tampoco. El asco de ser viene con una desde no se sabe bien cuándo. El asco de ser no permite estar. El asco de ser no permite avanzar.
¿Es miedo? No sé. ¿Es dolor? Mucho. Es asco de ser. Es asco de que sepan que sos. Es asco del asco que le da al otro nuestra existencia. 

¿Es fácil de explicar? No. ¿Es fácil de entender? Menos. Es la imposibilidad de estar con gente. Es el deseo de desaparecer. De ser sin tener que estar. De dejar salir lo puro. ¿Hay algo puro? ¿Adónde está? Veo todo negro. Absolutamente todo negro...

Eso negro que hay que tapar. Con comida. Con llanto. Con bronca. Hay que tapar. Pero al tapar nace el encierro y todo se vuelve más difícil. Quizás en un momento de lucidez, la razón permita ver que no es nada más que un mecanismo para no salir. Para encerrarse en la dolorosa comodidad de lo conocido y no abrirse a la posible felicidad de lo inexplorado.

En el medio del camino aparece una actividad que ayuda a destapar. Poner un pie adelante del otro, acelerar el paso. Trotar. Correr. Un poco más rápido. Empiezan a despejarse fantasmas. ¿La explicación? No es una. Son muchas. Casi diría que sobran. Pero tanto o más sobran los mecanismos que la propia mente pone para desconectar las gratas sensaciones y volver a la falta de luz.
Vuelve el asco de ser. Vuelve el miedo a salir. Vuelven los taponamientos de comida. Y la angustia posterior. Vuelve la incompresión y la imposibilidad de decirle a los seres queridos que no es con(tra) ellos. Es con una. Es contra una. Es asco de ser.

Se sabe que la gordura no es privativa de la felicidad. Se sabe que existe un cierto grado de distorsión de la imagen personal. Pero nada pesa más que la propia densidad de los pensamientos. Tal vez por eso duela tanto un: "No seas pesada". Quizás por eso lastime y abstraiga otro tanto un: "Qué compacta sos". Quizás por eso sea más fácil quedarse encerrada.

Con dolor. Con angustia. A veces con bronca contra quienes obligan a salir. Hasta con cierta apatía por momentos, todos los días hay que levantarse y salir. Y tratar de vivir pensando que se es lo que se es. Que en algún momento, de tanto poner un pie delante del otro, de tanto intentar caminar, trotar, correr, aparezca esa sensación de bienestar. Esas ganas de sonreir.

Y si, como hoy, invade el taponamiento, el atracón y la desazón de un día no superado, mañana vendrá otra oportunidad y la fuerza será un poquito más. Porque al fin y al cabo, para algo se es y para algo se está.

No más Anas, ya no más Mias.